El fantasma de la droga
Me he pasado la vida viendo anuncios en la tele en contra de la droga: “Di no”, “la droga mata” y otros slogans más o menos pegadizos. Se diría que mi relación con tales sustancias adictivas ha sido muy de lejos, siempre por terceras personas. La maría la he cultivado, pero una vez probé de fumar y después de medía hora de toser dije que nunca mais. La coca, heroína, pastillas y todos estos productos de nivel 2 los he podido tener fácilmente, pero desde que un amigo camello (y beta tester habitual) me dijo lo realmente golosos que eran, nunca he sentido ninguna curiosidad. De todas maneras, si no lo he hecho ha sido siempre por prudencia, pereza o falta de necesidad, jamás por los mensajes publicitarios.
Conozco a consumidores habituales de algunas de las drogas mencionadas antes, pero su relación con estas siempre ha sido “buena”, ningún susto ni consecuencias a lamentar. De hecho, este poder maligno asociado a las sustancias adictivas siempre me había parecido exagerado, ya que no lo había visto en las carnes de nadie conocido, hasta el viernes. La noche del viernes me tropecé en las fiestas del pueblo con un antiguo compañero de colegio o, mejor dicho, con una sombra desdibujada de lo que fue. Muchos kilos más encima, cara de felicidad, eterna sonrisa en la cara y ojos achinados escondían un cerebro lento, incapaz de entender las cosas a la primera, totalmente alejado de lo que pasaba a su alrededor. Era un espantapájaros que deambulaba por entre la multitud dejándose llevar por su novia, o quizás era su enfermera, no lo sé.
Esta experiencia me ha hecho temer a la droga mucho más que cualquier anuncio.
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