Cuento de la vida
Carlos y Cristina coincidían casi a diario en el tren. Los dos se gustaban, pero la timidez y el hecho de no saber absolutamente nada del otro era una freno a cualquier posible conversación. “Seguro que tiene pareja” se decían a menudo para disculpar su falta de atrevimiento.
Pero un día la cosa cambió. Aquel día, del grupo de niños con Síndrome de Down que subían al tren para recorrer tan solo una parada hasta su escuela especial, un chico delgado y con grandes gafas de pasta negra se acerco a ellos y se les quedó mirando. Ese único gesto fue suficiente para empezar a hablar y, al cabo de muchos días y muchos trenes, ambos descubrieron que el otro era la persona que llevaban tanto tiempo esperando.
Tardaron poco tiempo en formalizar aquella relación y, en menos de los que creían posible, ya compartían casa, embarazo y plena felicidad. Pero la vida no en un sueño, y de eso se dieron buena cuenta Carlos y Cristina. Complicaciones en el parto del pequeño Andrés hicieron que este no recibiese todo el oxigeno que necesitaba en el momento preciso, y que su celebro quedase maltrecho para el resto de su vida.
Cristina se culpabilizó de la desgracia de su hijo. Al pasar los años cada vez eran más evidentes las limitaciones de Andrés, al que le costaba mucho aprender cualquier cosa y coordinar sus movimientos. Primero la depresión y después los fármacos se apoderaron de la joven madre, hasta que no pudo con todo lo que había acumulado sobre sus estrechos hombros y, en un ataque de pánico, se tomó un frasco entero de somníferos. Jamás despertó.
Carlos, que hasta ahora se había hecho cargo de su paciente hijo y de los sufrimientos de su querida mujer, intentó superar todas las adversidades que le acechaban respondiendo a sus crecientes responsabilidades. Lo hizo tan bien como pudo, pero no pudo evitar que le invadiese el pesimismo y la desesperación. Había perdido lo que más quería en esta vida. A pesar de ello, se ocupó con creces de todas la necesidades económicas y efectivas del joven Andrés.
En las fechas señaladas era inevitable que la familia recordase más que nunca a Cristina, y fue en una de estas ocasiones cuando Andrés preguntó a su padre por qué no reconstruía su vida, por qué no le buscaba otra madre. Carlos contestó, sumido en sus pensamientos, que jamás encontraría otra persona como Cristina y, después, le contó como se conocieron viajando en el tren.
Y esta podría, o no, ser la historia del joven que circula por el metro y los ferrocarriles preguntando a todas las chicas si se llaman Cristina. Se podría tratar del joven Andrés que, en su inocencia, contabiliza las chicas que se llaman como su madre para poder decirle a su padre lo fácil que es encontrar a otra Cristina.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario