Profesionales de la seguridad
En la empresa nos sentimos seguros. No hay ninguna posibilidad de que nos roben, nos atraquen o de que un ex-empleado ponga una bomba (alguien sabe donde puedo conseguirla). Se respira paz y tranquilidad. Pero este estado pre-nirvana no se debe a la manifestación del espíritu santo, sino al buen quehacer de dos valientes protectores de la libertad, nuestros hombres de seguridad.
El Señor Pepe, de 70 años de edad aproximadamente, vigila durante las frías horas de la mañana. Con su agilidad y destreza sin par abre la puerta pacientemente a los empleados mientras saluda con un “buenos días!”. Es un hombre sabio, que acumula mucha experiencia en sus canas, y que sabe perfectamente que para mantener el control de la oficina basta con quedarse en el recibidor escuchando la radio y hablando con las recepcionistas. Podría estar en casa tranquilamente, disfrutando de una pensión que seguramente no le permitiría pagar ni la mitad de sus gastos, pero sabe que se le necesitamos y que sin él los trabajadores correríamos riesgos insospechados.
Por las tardes nuestro guardián es el Señor Juan. Un hombre reservado donde los haya, que pasea sus 55 años por la empresa en un silencio solo roto por el walky talky, que de vez en cuando le suelta instrucciones tales como “puede abrir la puerta C, por favor”. De sus años mozos conserva una mirada atenta, cual águila imperial, que guarda a buen recaudo tras las gafas de pasta marrón. A simple vista parece que solo se esté paseando, sin más, pero su segunda familia sabemos que no es así, que nos vigila y protege constantemente.
Ellos son nuestra última barrera de defensa ante la maldad que se esconde tras las puertas de la oficina. Tienen nuestro respeto y admiración. Dios salve a nuestros protectores!
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