Coño que si duele!
Hablar no podré, pero para lo que es escribir no tengo ningún problema, así que del post diario no os libraréis tan fácilmente.
La cantidad de tensión a la que se somete el ser humano al visitar el dentista no puede ser buena para el organismo. En serio, tanto nerviosismo aprisionado seguro que debe atacar el estómago o algo así. Como ya dije el cuerpo se empieza a preparar desde que te dan la cita, llegando a limites insospechados de histeria en el momento de pisar la consulta. Primero la espera de rigor y la lectura de revistas dignas de una hemeroteca. Después la primera ronda de anestesias y otra vez a esperar mirando el techo. En este punto intentamos relajarnos e incluso hacer ver que nos quedamos dormidos para parecer unos cracks y unos sobraos. Desengañaos, los dentistas saben perfectamente que estamos atacados de los nervios.
Después llegan los profesionales, también llamados hombres-pulpo, y empiezan a meterte manos y herramientas en la boca. Estoy convencido que se pican entre ellos para ver cuantas cosas llegan a meter allí dentro; “pues el mío tenía tres manos y 4 trastos y no se podía ni quejar!”. Y es entonces cuando viene lo inevitable. Ves como se acerca el instrumento de tortura del diablo y empiezas a escuchar el famoso ññññiiiiiiiiiiii....ññiiiiiiiiiiii. Que sería de una visita al dentista sin el puto taladro? Un sueño. En mi caso cuando llega este momento he de pedir dos rondas de anestésico más ya que de pequeño se ve que me pasó como a Obélix y me he vuelto inmune. Después de esto ya casi no me entero de nada más.
Me despierto delante de una recepcionista vestida de blanco que, con una gran sonrisa, extiende hacía mí una factura que me recuerda que la sesión de tortura me ha salido por un ojo de la cara.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario