Levante la mano si duele. Tanto duele?
Mañana tengo dentista. Sólo de pensarlo se me erizan los pelos de la nuca. Dios que miedo!
Mi relación con esta noble profesión de gente que pone los dedos en las bocas ajenas viene de hace muchos, muchísimos años. Cuando era un crío les dijeron a mis padres que tenía el paladar muy pequeño (mira tú que cosas de decir) y que tenían que agrandarlo para que pudiese respirar mejor. Suena surrealista, lo sé, pero así es mi vida. El resultado de tal suscripción facultativa fueron nada más y nada menos que tres años de ortodoncia. Casi na! Tres años de visitar una vez al mes a un hombrecito que mientras te apretaba sádicamente los hierros de la boca se le cerraba, por sorpresa, su ojo izquierdo debido a algo así como una parálisis facial de todo ese lado de la cara. Lo paradójico es que tal tortura no me dejase nunca secuelas de gran importancia.
Durante este periodo de mi vida (que pareció una vida en si mismo), jamás tuve mucho miedo del dentista. Casi siempre era una visita rápida y poco dolorosa, el dolor aparecía unas horas más tarde en casa cuando la tensión empezaba a hacer efecto en mis maltrechos dientes. Es más, incluso alardeaba ante los compañeros del cole de no tener miedo al dentista. Ironías de la vida, ahora me pongo a temblar tan solo de pensar que me tiene que poner la anestesia. Desconozco que ha pasado en mi vida para haber cambiado la valentía más inocente por el miedo más infantil, diría que alguna mañana mi cerebro decidió que la cobardía era un rasgo que me sentaba mejor, y el solito se encargó de modificar los circuitos internos.
Y ahora aquí me tenéis. Sin poder dejar de pensar en que mañana me toca dentista y encima es algo tan chungo que muy probablemente tendremos que hacerlo en dos sesiones. Genial. Imaginaos si me tiene acojonado el tío que ya ni doy importancia a la pasta que me va a cobrar!
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