19/10/04

El color de las lágrimas
La pequeña Noe coleccionaba lagrimas desde hacía mucho tiempo. Le gustaba verlas secar y convertirse en pequeños cristales de sal que después cosía a su vestido mágico y precioso hecho tan solo de lágrimas. Con él puesto se sentía segura y a salvo del resto de la gente.
A sus amigas les encantaba ese vestido, que consideraban digno de los mejores cuentos de hadas y princesas. Las lágrimas, como diamantes incrustados en anillos, reflejaban todos los colores del amanecer y sólo perdían su brillo cuando la pequeña Noe enseñaba aquellos maravillosos ojos oscuros y grandes como girasoles, pero eso no pasaba muy a menudo, ya que su mirada siempre estaba perdida en el suelo, en los brotes de hierba que crecían en medio del camino de arena de su casa. Algunos decían en broma que por eso eran tan oscuros sus ojos, por que reflejaban el color de la tierra mojada.
Con el tiempo el vestido se fue alimentando de más lágrimas. Nadie sabía si aquella niña tenía algún motivo para llorar o tan solo lo hacía para fortalecer su caparazón.
A los que la conocimos nos gustaría pensar que todo le fue bien, que encontró al amor de su vida y pudo guardar el vestido en un baúl, pero no fue así como pasó. En realidad el vestido se hizo tan fuerte que la pequeña Noe nunca tuvo la fuerza suficiente para romperlo, para traspasar su membrana, así que vivió para siempre dentro de él, sola y guardando la belleza de sus ojos para las lágrimas que la protegían.

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