Sin esperanza de salvación
Último sábado antes de navidad. La gente atesta las calles con bolsas de colores pastel. Nuncanada entra a Barcelona en coche por la Meridiana hasta que se encuentra dicha arteria de la ciudad totalmente colapsada. Es normal, piensa, entre el gentío y las obras de no sé que metro los tres carriles se han quedado pequeños. Minutos musicales dentro del coche.
Un tiempo después nuncanada descubre el motivo de su retraso: un accidente. A su lado deja atrás un motor de coche, y poco a poco llega hasta las luces de una ambulancia parada en medio de la vía. Al lado, un batallón atiende a un herido en la calzada, encima de una de las rallas de separación. Son muchos, algunos con bata blanca y otros no. El motivo del caos circulatorio no eran las compras de navidad, ni las obras, sino el sufrimiento de un ser humano en lucha por su vida; la lucha de un equipo de extraños por la vida de un desconocido; la curiosidad morbosa por el sufrimiento humano.
En la acera de enfrente centenares de viandantes se agrupan mirando el espectáculo. Muchas, muchísimas personas asisten inmutables a la tragedia, con sus bolsas de colores pastel, con sus abrigos de invierno, con sus parejas agarradas de la mano.
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