Dinamo madroñil
Ya os comenté en este post la delicada relación que mantenemos mi coche, la electricidad y yo. Ja, y yo pensaba que la cosa era chunga! De eso nada, en Madrid he descubierto que lo de aquí es gloria comparado con esa ciudad. No os podéis ni imaginar la locura que era, cualquier cosa metálica que tocases, desde máquinas, a puertas, llaves, ascensores, coches, mesas, todo, absolutamente todo lo que fuese de metal te pegaba tal viaje que te cagabas en los muertos de todo aquel que pasase por el lado.
En mi afán por librarme de aquella silla eléctrica permanente diseñe un ingenioso aparato (un puto llavero de plástico) que me permitía pulsar botones sin problema, pero del resto de viajes no me libraba. La cosa era tan sumamente bestia que a veces con tocar la ropa de otra persona ya te pasaba la electricidad, frente a lo cual propuse que fuésemos todos en pelotas; lástima que no se aprobase mi moción.
La gente de Madrid con la que estuve trabajando me confesaron que aquella situación no era normal, que por el ambiente seco era más habitual que pasasen los calambrazos, pero no hasta ese extremo.
No faltaron las propuestas para solventar el problema o, como mínimo, pillar menos: Uno nos habló de una herramienta rollo destornillador que liberaba la electricidad sin que notases nada. Otro proponía tocar muy rápidamente el vil metal, ya que afirmaba que la electricidad circulaba tan rápidamente que tampoco lo sentías. De todas maneras, la solución que más me gustó fue la de colgarnos una cinta de aquellas que llevaban antes los coches en el guardabarros, del culo al suelo; ingeniosamente surrealista.