Apreciado colega
En el fondo eres un buen chaval, no lo dudo. Contigo me he reído un montón hablando de los personajes que corren por la empresa, pero hay algo de ti que me mata, te lo tengo que confesar. Se trata de tu falta total de empatía. Ah, y tampoco soporto la pose que me llevas de “hola que tal, soy el tío más asertivo del mundo”. No soporto a las personas tan racionales, tan cuadriculadas, tan seguras de ellas mismas y con la autoestima por las nubes. Que no, que no es natural, mírame a mí, cargado de temores, cobardías y paranoias; bueno, lo mío tampoco es normal, sería el otro extremo, lo reconozco.
Estoy deseando que llegue el día en que te confieses. Que te acerques a mi y me digas el gran secreto: que estás viviendo con tu antigua jefa, que sales con ella desde que se fue de la empresa y que cuando alguna vez hemos ido a cenar nadie se enteró de nada. Ese día amigo mío, ese día será muy grande. Te miraré tranquilamente con cara de desinterés y te soltaré un: “Ah, que te pensabas que no lo sabíamos, pero si toda la empresa está al corriente desde hace más de un año”. Pagaría ya ahora por ver un anticipo de tu cara, un pequeño trailer de cómo, a cámara lenta, tu cara de sobrado muta a la de pardillo.
Y todo, claro está, desde la cordial amistad y la simpatía laboral que compartimos.
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