Pequeño cabaret ambulante
Por fin un buen concierto, ya era hora. Ya me he podido quitar el mal sabor de boca que me quedó del BAM. Ah, que a quién he visto? Pues al gran Enrique Bunbury.
Ayer se cerraba la gira mundial del último disco de este hombre, Flamingos, en el Pavelló Olímpic de la Vall d’Hebron. Cientos de ex-melenudos fans de los Héroes del Silencio se reunieron allí y, entre todos ellos, estaba una de las pocas personas que le sigue desde hará solo un año, yo. Los Héroes no me desagradaban, pero a mi entender todas sus canciones eran variaciones de lo mismo; en cambio, cuando el año pasado escuche algunos de sus temas en solitario durante las Festas de la Mercè descubrí algo totalmente diferente, y al día siguiente ya tenía sus dos últimos discos. La forma como mezcla diferentes estilos, la gran banda que le acompaña y las letras impecables lo diferencian del resto de oferta musical del país (y parte del extranjero).
Dos horas y media de concierto que no se hicieron para nada pesadas. Momentos épicos los hubo, y muchos. Desde “El Extranjero” a una versión casi acústica de “La chispa adecuada” que fue coreada por un público totalmente entregado. El único aspecto mejorable fueron los monólogos que se clavó entre canción y canción. Como decían los de al lado, “el tío se hace una gracia...”.
Ya poco queda del chico de la plaza del Pilar. Bunbury se ha convertido en el personaje que siempre ha admirado: la estrella del rock. Él es el extravagante artista, el hiperbólico cantante y el deslumbrante letrista. Menudo personaje este Bunbury.
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