Superhumanos (Vol. 3): El Hombre de hierro
Patrice era ya todo un héroe en la universidad de Grenoble donde estudiaba. Líder del equipo de natación, del equipo de fútbol y del corazón de la chica más deseada del campus. En realidad, de haber nacido en los Estados Unidos sería un estereotipo con piernas.
Gracias a sus proezas deportivas, pero también a otras hazañas de difícil explicación, la prensa lo apodó “El Hombre de Hierro”. A él le encantaba. Sabía que esa fuerza sobrenatural incipiente llegaría a limites jamás soñados por nadie, igual que su fama.
A Patrice la vida le sonreía y él le devolvía la sonrisa con un guiño de ojo. Sólo había una cosa capaz de enturbiar el ánimo de nuestro protagonista, el Super Héroe Misterioso. Apareció unas semanas atrás de no se sabe donde, luciendo unos poderes que a Patrice le parecían tan raros como inútiles. Lo que de verdad le molestaba es que, por primera vez en su vida, dejaba de ser el objetivo de todas las miradas; eso no lo podía soportar, le quitaba de sus casillas.
Como todas las mañanas, la del 5 de febrero empezó con la radio a modo de despertador. Contaban la milagrosa intervención de El Hombre Misterioso, que esa misma noche había salvado a una pareja de ancianos de ser pasto de las llamas. Sin lugar a duda, esa no era una buena manera de empezar el día para Patrice. Se levantó malhumorado y se dirigió al baño, donde le esperaba una desagradable sorpresa reflejada en el espejo en forma de grano en la frente. De grano gigante. De un colosal volcán de pus preparado para desatar el caos. El Hombre de Hierro se lanzó encima de aquel monstruo de la naturaleza como si de su rival en fama se tratase. Hurgó y hurgó atrapado en un espiral de rabia que activó todavía más su portentosa fuerza. El resultado fue desastroso: Heridas graves en el cerebro producto de la fractura múltiple del hueso frontal.
Patrice pasó el resto de su vida en una silla de ruedas, babeando ajeno a todo, pero siempre protegido por su fiel y bella novia de la facultad.