19/11/04

Muy hundido
Esta semana me ha girado del revés. Supongo que cuando tienes tantas presentaciones que te importan tan poco, resulta bastante inevitable ponerte a pensar en tu trabajo y tu vida. Yo lo he hecho durante todos estos días y, por las conclusiones a las que he llegado, me parece que hubiese sido mejor no tener el tiempo para hacerlo. Total, que hoy viernes me lo he pasado con una depresión de caballo encima.
Como terapia a todo esto, he decidido escribir un post aunque fuese fuera del horario oficial de apertura del blog (que por algo es mío). Creo que me ayudará a plasmar lo que ha pasado por mi mente estos últimos días.
Mi vida profesional está llegando a un punto muerto preocupante. Mi trabajo no me gusta, o al menos no el 90% del tiempo. No me gusta la empresa en la que trabajo, no tengo ningún amigo entre la gente de la oficina y lo que hago es de correveidile de marketing. Lo preocupante no es esto, ya que se podría solucionar cambiando de empresa, lo que no me deja dormir es que no sé si realmente me interesa el marketing pero tampoco se me ocurre ninguna profesión que me gustase hacer. No sé como podría llegar a auto realizarme profesionalmente, sólo sé como no lo voy a conseguir.
Mi vida privada no está mucho mejor. Noto como una ansiedad y un desazón cada día mayor que me carcomen por dentro. Siempre he tendido un poco a la depresión, pero así como hasta ahora tenía la sensación de que todo era pasajero, en esta ocasión no veo el final del túnel y empiezo a dudar mucho de que exista. Nada me hace ilusión más de cinco minutos seguidos, no me encuentro bien con nadie pero tampoco solo, me siento diferente al resto de personas, apartado y marginado. No consigo dominar mis emociones. Con las chicas no digamos, en cuanto una me hace el más mínimo caso me enamoro irremediablemente (y unilateralmente) de ella, aunque sea una secretaria borde que de poder me clavaría un puñal por la espalda. Es como si emocionalmente fuese un niño de 11 años.
Me gustaría pensar que os hacéis un poco la imagen de cómo estoy, pero no creo que sea posible. No conozco a nadie que esté como yo, que sea como yo. Todos mis amigos acostumbran a estar más o menos felices, a sonreír y a disfrutar de las pequeñas o grandes cosas que les da la vida. Tengo mucha gente con la que compartir un momento de alegría, pero a nadie con el que comparta infelicidades. Pensándolo bien, igual resulta que no, que todo el mundo actúa y pone buena cara igual que yo, finge disfrutar de la vida para hacer más fácil y agradable su relación con los amigos, cuando en realidad se encuentra al borde del precipicio. No lo sé.
Todo esto me recuerda el texto de una camiseta que me regalaron hace muchos años al comprar un single de Los Sencillos. Era blanca y cutre, pero la frase todavía me acompaña ahora: La vaca que ríe puede estar triste por dentro. Es como el mito del payaso llorón pasado por el filtro de la modernidad y la publicidad. Real como la vida misma.

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