Con pentatónicas y a lo loco (post anunciado)
El trabajo, la constancia y un profesor tan bueno como duro pueden hacer milagros. La prueba viviente la tenéis en mí. Dejad que me explique.
Como empecé con esto del blog más o menos a la par que con la guitarra, mi historia con este instrumento ya os será conocida, pero no por eso os vais a librar de un breve resumen: Primer año con una chica de ojazos enormes que no quería enseñarme nada más que 4 acordes para poder hacer acompañamientos. Me dejé una pasta y perdí un año de la forma más tonta. Segundo curso con un hombre que ya le quiere meter más caña, lo que pasa es que le cuesta mucho explicar la teoría y no sigue ningún método de aprendizaje. Era barato y aprendí algo, así que no lo voy a criticar mucho. Finalmente, este año me decido ha empezar con un amiguete guitarrista profesional. El resultado no podría ser mejor: poco a poco va entrando la teoría en esta cabeza mía tan desordenada, y a fuerza de ejercicios consigo que mis dedos dejen de ser unas pezuñas inútiles. Tiene inconvenientes, ya que el chico está en muchas cosas a la vez y en ocasiones tenemos que anular la clase, pero los resultados consuelan.
Fue el pasado sábado, durante el ensayo, cuando me di cuenta de que estaba aprendiendo y conociendo el apasionante mundo de la guitarra (señores de los fascículos, apunten aquí un buen título). Como yo soy el guitarrista malo de la banda, no quisieron que la responsabilidad de un par de nuevas canciones recayera sobre mí, así que conseguí bastante libertad de actuación para hacer adornos, outros y demás. El resultado fueron unos cuantos solos improvisados con acoples de ampli y todo. Si, si improvisaciones. Por si alguien no lo sabe, una improvisación es lo máximo, un viaje de puta madre en el que te sientes el amo de la guitarra y el dios de la música reencarnado. La bomba. Ah, y una cosa más os diré, cuando encima las improvisaciones queden bien y molen, entonces ya será la repera.
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